jueves, 18 de noviembre de 2010

EL CAMINO SIN LA VIRGEN NO ES NADA

Supongo que, de la Romería, cada rociero se queda con un momento especial y, cada año, es probable que ese momento sea distinto al de la romería pasada. Pero hay cosas que no varían en absoluto porque el corazón las tiene especialmente seleccionadas.

Escucho a muchos rocieros decir que sin el camino, sin hacer el camino con la Hermandad, no entienden el Rocío, y no es extraño encontrarse a quien, de no poder hacerlo, se privan de los días de convivencia en la Aldea y de la Procesión de la Virgen del Rocío en su día grande, cuando es llevada por su pueblo a visitar a todos sus hijos que se arremolinan para verla rodeando el Simpecado que identifica la peculiaridad de sus hermandades y de los lugares de los que vienen.

Personalmente no puedo entender esta postura. Al Rocío no he faltado nunca, gracias a Dios y así espero seguirlo haciendo. Hace años que no hago el camino. Acudo a la Romería tan pronto como puedo y, desde el jueves o el viernes, disfruto intensamente de la vivencia de la Aldea y espero impacientemente lo más importante: la Procesión de la Virgen.

Nada de lo que se haga anteriormente tiene sentido si no es por Ella. Ningún camino que se recorra tiene valor alguno si no se tiene clara la meta, si no sabemos con quién nos encontraremos una vez lo hemos recorrido. Nada es tan importante como estar con la Virgen el Lunes del Rocío.

Hay quienes ponen como excusa no poder ir ese día, pero sin embargo no se pierden el sábado de romería en la Aldea. Anteponen este día de convivencia a todo lo demás y, aun pudiendo elegir entre el sábado y la noche del domingo a la madrugada del lunes, escogen la primera opción. Discúlpenme si ofendo a alguien, -bien lejos está mi intención de algo así-, pero yo no lo he entendido nunca y no lo entenderé jamás.

La persona que, pudiendo estar en la procesión elige cualquier otro día de la romería, no tiene claro el fin de la Romería de Pentecostés que se culmina con el paseo de la Virgen por sus calles, reinando en un mar de piropos que se rinden a sus pies y alabanzas en forma de sevillanas, y Salves que concluyen con un chaparrón de palmas que explosionan jubilosas en el encuentro con Ella.

Me decía una persona muy allegada, que ya tuvo esa experiencia de ir solamente un sábado al Rocío, que no volvería a repetir lo mismo nunca más. Aquel año las circunstancias no le fueron propicias para haberse quedado hasta la madrugada del Lunes. El turno del trabajo no le fue favorable y prefirió, por lo menos, acudir el sábado a acompañar a su Hermandad en la Presentación, ver a la Virgen y estar un rato con los amigos. En este caso no había excusa. Esa era la realidad. Pero esta persona recuerda aquella experiencia como una de las más amargas de las que ha vivido. No concebía volverse a su ciudad sin haber participado en la procesión que esperaba durante el año entero. Y es lo lógico.

Expresiones dichas a la ligera como esas de: “a mí lo que me gusta es el camino” confunden, y de qué manera, a los que intentan entender este fenómeno religioso porque están diciendo su “propia verdad”, sí, pero no están diciendo la Verdad del Rocío, que únicamente ha sido, es y seguirá siendo, la Santísima Virgen.

Me apena cuando se escuchan esas y otras frases. Hay quien afirma que con hacer el camino de la Romería tienen suficiente, que tal como llegan se volverían, que a la Virgen la pueden ver cualquier día del año… Esto último es cierto, pero sólo una vez al año sale la Virgen en procesión, sólo una vez al año nos convoca para que celebremos con Ella su Gloria en la calle, sólo una vez al año nos llama a estar a su lado mientras Ella ocupa su paso de Reina y se deja llevar y traer allá donde unos brazos fuertes se encargan de dirigir sus varales.

El camino sin la Virgen no es nada, porque el Rocío es la Virgen y el camino del Rocío es para conducirnos a Ella y desde Ella a su Divino Pastorcito. Si esto no se tiene claro, más valdría inventar caminos hasta la feria, hasta las verbenas o hasta las fiestas que se reparten por doquier en pueblos y ciudades, pero el camino que empieza en mayo o en junio, según nuestro calendario litúrgico, ese sólo tiene unos ojos que son norte y guía de los rocieros, que vigilan nuestros pasos para que nada nos pase y nos miran derramándonos el consuelo tal como llegamos a su vera.

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